La lectura propone la paradoja de darle emociones a un computador. Es decir, de darle la capacidad de pensar, razonar y hasta sentir como humano. Es una paradoja en el sentido que los computadores son paradigmas de racionalidad matemática, precisa y sin ambigüedades, contrario a lo que son las razones y sentimientos humanos: subjetivas y completamente aleatorias. Es por esto que muchos de los intentos hechos por ingenieros de la computación para lograr una interactividad inteligente entre humanos y computadores que razonen como humanos han fallado. Se ha dicho que los métodos de raciocinio del hombre, su capacidad para tomar decisiones, resolver problemas, memorizar y aprender están fuertemente ligados a sus emociones. Es por esta razón que darle la inteligencia humana a un computador es una tarea compleja, dado que actuar emocionalmente es irracional y de poco juicio.
El comportamiento humano es impredecible. A pesar que existen normas y leyes que intentan controlar el comportamiento de las personas en las sociedades, siempre se encuentran excepciones a la regla, sin ser muchas veces claro por qué. Una emoción puede cambiar sustancialmente el comportamiento de las personas. El tan anhelado por todos “amor”, es una de las causas de irracionalidad más importantes en los seres humanos. Como decía el arquitecto de la película “Matrix”: “Es curioso como los patrones de amor y locura son similares en casi todos los sentidos”. No entendemos muchas de las acciones de una persona enamorada hasta no estar en la misma situación, y aún así no entendemos por qué hacemos muchas cosas, solo las hacemos impulsados por “amor”. Son este tipo de cosas los que hacen que sea difícil darle emociones a una computadora, dada su naturaleza racional, imparcial y matemáticamente precisa en todos los sentidos. Estudios han demostrado que las reglas y las leyes no operan sin emoción en dos tareas cognitivas: toma de decisiones y percepción. En cuanto a la toma de decisiones, es claro lo que se quiere decir con lo expuesto anteriormente.
En cuanto a la percepción del mundo, las emociones constituyen el primer filtro por el que pasa la información que nos llega. Una persona que le tiene miedo a la oscuridad, no entrará con facilidad a un cuarto sin luz, aunque supiera que no hay nada allí. Este miedo pudo haber sido causado por alguna experiencia traumática en su vida en la que se vio involucrada la oscuridad. Y es cuando la persona ve el cuarto oscuro que evoca esta misma experiencia y lo que sintió al vivirla, y esto evita que la persona entre al cuarto a pesar de que no existe ningún peligro razonable. El cerebro humano es altamente complejo, y a pesar de que es capaz de razonar y realizar tareas complejas, el filtro de las emociones hace que no siempre se obtengan los mismos resultados.
El reto en la computación afectiva para crear máquinas inteligentes como los humanos, está en descifrar la naturaleza de las emociones humanas. Darle emociones a un computador es de un alto grado de dificultad y complejidad, dado que la naturaleza irracional de las emociones choca con la naturaleza racional y matemática de las computadoras. Alguna vez Alan Turing propuso un experimento simple para determinar si se ha llegado a la inteligencia artificial o no: un humano se debe poner a interactuar con una máquina, con un obstáculo de por medio que le impida al humano ver con quien está interactuando. El humano debería ser incapaz de distinguir, si lo que está al otro lado es una máquina o una persona. ¿Cómo lograr esto? La clave está en las emociones. La máquina debe ser capaz de responder a las preguntas de la persona emotivamente, según los sentimientos que exprese. Si está triste, debe ser condescendiente. Si está enojado, debería tratar de calmarlo o también tratarlo con agresividad (tal como haría otra persona). No es sólo llegar a respuestas correctas, sino expresarlas de la manera correcta según las emociones. Allí está el reto.
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